Aquí encontrarás los dos primeros capítulos de mi novela: El título se escribe al final.

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Que lo disfrutes.

Un Principio

Después de un paseo lento por Las Ramblas, llegó al puerto. Era verano y Barcelona estaba abarrotada de turistas fotografiando la ciudad. Varios puestos de comida rápida atraían a los visitantes con su olor y ella también se acercó. Era una alternativa barata a cualquier terraza del centro en la que le cobraban un ojo de la cara por una tapa, además pasaban ya las once de la noche y no había comido nada desde el mediodía. Después de esperar unos minutos en la cola de los perritos calientes, se sentó en un banco frente al mar con su cena en la mano y respiró hondo. Cerró los ojos y dejó que la brisa acariciase su rostro. Sentía como los pulmones se le llenaban de aire lentamente hasta su máximo y luego se vaciaban despacio, como cuando se desinfla una colchoneta de playa. Le invadió una profunda sensación de paz. El barullo del puerto poco a poco se apagó, ya no oía nada, sólo el sonido del mar chocando contra el muelle y algún graznido de las gaviotas que revoloteaban sobre los barcos. Tras unos minutos en ese trance, con el perrito frío entre sus dedos, abrió los ojos.

Ya no estaba allí. El escenario había cambiado y no se parecía en nada al puerto de Barcelona. Después de unos segundos de confusión, Gabi recordó que estaba en Londres. Ese día llovía con más fuerza de lo habitual y se había quedado en casa leyendo y viendo series en inglés. Sentada junto a la ventana, observaba embobada las gotas deslizarse despacio por el cristal. «Odio este tiempo», pensó; soltó el libro de Murakami sobre la mesita de madera y encendió la televisión.

Cambió de canal varias veces y se detuvo en uno de esos programas donde cantantes amateurs intentan darse a conocer y cumplir su sueño de grabar un disco. Enseguida se dio cuenta de que no entendía bien lo que decía el jurado al final de cada actuación, pero le gustaba escuchar cantar a los participantes sobre el escenario con esa mezcla de nervios, pasión e incertidumbre.

Justo cuando sonaban los primeros acordes de You are so beautiful de Joe Cocker y un joven concursante con apariencia hindú se acercaba al micrófono para empezar a cantar, Kevin entró por la puerta.

— Hola gorgeous —dijo con su habitual sonrisa a pesar de estar empapado—. ¿Qué tal has pasado en día?

Gabi bajó el volumen con el mando y se dirigió a él con intención de ayudarle con las bolsas de la compra que cargaba.

—Bien, he estado leyendo casi toda la mañana y he hablado un rato por Skype con mis padres. También me ha dado tiempo a mirar algunas ofertas de trabajo en internet.

— ¡Eso es genial! —Kevin metía unos bricks de leche en la nevera—. ¿Has encontrado algo que te guste?

— Estaba pensando en Zara. He oído que al ser una cadena española suelen coger a mucha gente, aunque no tenga un inglés fluido. Mañana iré a ver si puedo dejar mi currículum.

— Claro, puedes estar allí unos meses mientras perfeccionas el idioma y luego yo hablo con algunos amigos para lo del hotel.

— Sí, eso sería genial. Muchas gracias, por cierto.

— De nada gorgeous —respondió Kevin justo antes de darle un beso en los labios—. ¿Quieres que salgamos a dar una vuelta?

— La verdad es que con este tiempo prefiero quedarme aquí. —Dirigió su mirada hacia la ventana.

— Sí, tienes razón. Creo que mañana saldrá un poco el sol, podemos ir a Hyde Park si te apetece.

— Perfecto. –Gabi sonrió tímidamente y volvió a sentarse en el sofá.

Hacía una semana que estaba en Londres y no terminaba de acostumbrarse a su nueva vida en la ciudad. No tenía trabajo, llovía constantemente y vivía en casa de alguien que, hasta hacía pocos días, era un completo desconocido.

Voy

El tren se detuvo en Diagonal y decenas de pasajeros salieron del vagón al mismo tiempo. Las caras de la multitud dejaban adivinar que eran horas muy tempranas. Gabi subió las escaleras del metro y salió a Passeig de Gràcia. Era julio y el termómetro de la parada de autobús marcaba veinte grados exactos.

Llegó a la oficina a las ocho y veintiocho y, al sentarse en la silla y arrimarse a la mesa, leyó el post-it que se había dejado a sí misma el día anterior y sonrió. Junto al teclado del ordenador, entre dos bolígrafos sin tapón y un bloc de notas con las esquinas gastadas, un papelito rosa fucsia rezaba: Todo va a salir bien.

Josh estaba en la fotocopiadora muy concentrado en las hojas que iban saliendo de la máquina, las cogía una a una y las analizaba exhaustivamente. «Estará comprobando que la tinta no se haya corrido y que el texto esté bien encuadrado», pensó ella. A continuación, cogió uno de los bolis y mientras lo mordisqueaba se recreaba en lo cuidadoso y perfeccionista que era su compañero.

Josh era muy atractivo, objetivamente lo era. Tenía el pelo castaño, medio rizado y alborotado, lo que le daba un toque desaliñado irresistible. Los ojos color miel, de esos que cambian con la luz del sol, brazos perfectamente definidos, espalda ancha, cintura estrecha…Cuando se le ceñía la camiseta después de intentar acceder a los catálogos de los estantes más altos, podían intuirse unos marcados pectorales. Antes de que se recolocase la ropa, Gabi siempre lanzaba una mirada veloz a sus abdominales descubiertos.

Él ocupaba el puesto de Office Manager en la agencia. Realizaba tareas de lo más diversas, aunque, principalmente, era un buen comercial. Delegaba a los potenciales clientes a los distintos departamentos en función de si eran empresas o particulares, no sin antes soltarles la retahíla de packs vacacionales que ofrecía Barcetour.

Después de un último repaso a las copias, miró a Gabi, esbozó una sonrisa y se dirigió a su mesa.

— Hey Gabs, la jefa me ha dicho que te encomiende esta importante tarea —dijo con su encantador acento gallego mientras dejaba el montón de hojas sobre el escritorio.

— ¿Y qué tengo que hacer exactamente? —contestó con cara de desconcierto.

Él posó su mano sobre las copias. — Esto son las ofertas en viajes de este mes, folletos informativos para los clientes. Tienes que doblarlos en tres partes e ir colocándolos en el mostrador de la entrada. —Esbozó una sonrisa burlona.

— Vale, creo que podré hacerlo —bromeó ella.

Josh le guiñó un ojo y se fue.

Desde que entró en la agencia de viajes le habían encargado tareas poco trascendentales: meter las fichas de los clientes en la base de datos, mandar emails informativos, hacer algunas llamadas y poco más. En realidad, Gabi sabía que ese no era su sitio, pero necesitaba el dinero para pagar el alquiler, el agua, la luz y todos los gastos que se le habían venido encima al independizarse.

Recordaba el día en el que sus padres fueron a visitarla por primera vez. Fue a recogerles a El Prat por la mañana. La noche anterior habían hablado por teléfono y su madre había insistido en cogerse un taxi. “Déjalo hija, allí no tienes coche ni nada, ¿para qué vas a venir en metro para irnos luego los tres para allá?”, le había dicho. Pero ella no hizo caso. A pesar de haberse ido de Madrid para vivir su propia vida y escapar de la sobreprotección de sus padres, les echaba de menos y estaba deseando verles.

El pisito que había encontrado estaba a media hora del trabajo y era muy luminoso, pero sólo tenía una habitación. Sus padres tuvieron que alojarse en un hotel cercano durante el fin de semana. Después de subir los cuatro pisos sin ascensor, Gabi sacó las llaves y abrió la puerta de su nuevo hogar. –¡Pues esto es! —dijo con una sonrisa nerviosa. Su padre empezó a andar hacia el interior del pequeño salón mientras el parqué rechinaba bajo sus pies.

La madre, sin embargo, fue directa a la cocina. Gabi optó por quedarse en el hall, desde donde podía observarles a los dos.

— Tiene mucha luz —dijo su padre mientras seguía analizando cada rincón con la mirada.

— Sí, ¿verdad? Y está cerca del centro. Siéntate, papá —dijo Gabi acercándose a cogerle la chaqueta— el sofá no es tan incómodo como parece.

— Gabi, ¿qué es esto? —dijo la madre desde la cocina.

Ella y su padre se miraron.

— ¡Voy!

Cuando llegó, la madre sostenía un vaso con agua. Su cara tenía esa inconfundible expresión de desaprobación que Gabi tanto temía.

— ¿Por qué sale el agua marrón?

— Es sólo al principio, mamá, si esperas un poco acaba saliendo limpia. Las cañerías son viejas, el edificio es viejo, pero la casera me ha dicho que lo solucionará.

— Esto no se soluciona tan fácilmente.

— Sólo pasa a veces.

Su madre tiró el agua por el desagüe, dejó el vaso en la encimera, clavó un instante la mirada sobre Gabi y salió de la cocina. Ella fue detrás.

Al cabo de un mes el problema fue a peor. La casera no se hizo responsable del asunto y se vio obligada a llamar a un fontanero por su cuenta. Efectivamente, no fue tan fácil. Las cañerías estaban totalmente carcomidas y tuvo que gastarse un dinero que no tenía en arreglarlas. Nunca se lo dijo a sus padres.